Es una realidad que la educación financiera no suele tener presencia activa en los colegios y es en la propia familia donde recae la “responsabilidad” de enseñar y transmitir a los hijos, tanto los conocimientos como los hábitos necesarios para que, en el futuro, puedan realizar la mejor gestión posible con su dinero.
Pero esta circunstancia tiende a generar un problema cuando esos niños se convierten en adultos, donde el nivel general de formación no suele ser el satisfactorio, tal como sucede en la actualidad, que se ubica en el rango medio-bajo para el 80% de los casos, de acuerdo a los resultados de diversos estudios realizados durante los últimos años, como puede ser el de PISA u OCDE.
Este contexto implica el poder adoptar, cuanto antes, diferentes medidas que permitan mejorar en el tiempo el escenario actual. Para esto, es necesario comenzar con la formación desde edades tempranas, donde los colegios pueden asumir un rol más que relevante.
Ahora bien, lo mejor sería que el aprendizaje se realice de forma conjunta y coordinada con las familias, donde los padres sean también los receptores de este tipo de conocimientos y así lograr compartir sus “resultados” con sus propios hijos.
De esta forma se tendería a mejorar de forma más rápida el nivel general actual, acción que, a la vez, se puede ampliar al ámbito de las empresas, como ya se está realizando en algunos países europeos.
No hay que dejar de lado, que cualquier problema financiero que pueda tener una persona, afecta su productividad laboral e incrementa la probabilidad de sufrir algún tipo de enfermedad como consecuencia de no contar con las herramientas necesarias para poder hacer frente al mismo.
A la vez, la mejora del bienestar financiero de los empleados, mediante la puesta en práctica de una serie de acciones encaminadas a la mejora de su salud financiera, ya sea a través de talleres, asesoramiento personalizado, conferencias, por citar solo algunas de ellas, permitirá a la empresa la obtención de beneficios tangibles relacionados con el mejor ambiente laboral.
Pero la puesta en práctica de este tipo de acciones, sin bien implicaría una mejora sustancial de la situación actual, representa una condición necesaria pero no suficiente, ya que lo más importante de todo, no es (solo) el adquirir nuevos conocimientos, sino lograr convertirlos en mejores hábitos.
Por ejemplo, casi todos disponemos hoy en día de una cuenta corriente (9 de cada 10 personas en España), de una tarjeta de crédito o de una hipoteca, pero esto no significa contar con el conocimiento suficiente de lo que significa, de ahí las tarjetas revolving, las hipotecas al 110% o multidivisa, y menos aún, que este pueda “provocar” un cambio de nuestros comportamientos.
No podemos hablar de una buena formación sin que esta produzca una transformación de la forma en la que nos relacionamos con nuestro dinero. Lo ideal sería poder combinar la enseñanza teórica conjuntamente con su puesta en práctica y mejor aún si esto coincide con el momento en que debemos tomar una decisión, por más simple que esta sea.
Por lo tanto, mejorar el nivel general de educación financiera y de esta forma reducir el “estrés financiero” que sufren en la actualidad muchas de las familias, permitiría ayudar a construir un futuro mejor, donde se reforzaría tanto el bienestar individual como a nivel sociedad, por lo que no hay tiempo que perder.
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