Dos son los grandes grupos de instrumentos que utiliza un gobierno para intervenir en la economía: la política fiscal y la política monetaria. La primera atiende a todo lo relacionado con los ingresos y gastos públicos y sus efectos relacionados. La segunda -objeto de esta nota- afecta al dinero.
El sector público -aquí usamos el término indistintamente como estado o gobierno- interviene en las economías desarrolladas para conseguir tres objetivos: asignación eficiente de los recursos, redistribución de la renta y estabilidad económica.
En este objetivo se incluyen el crecimiento económico, la estabilidad de precios (ausencia de inflación), consecución del pleno empleo y mantenimiento de una balanza de pagos equilibrada, se conjuga la política monetaria. Íntimamente relacionada con ésta está la política de tipo de cambio, que se ocupa de los precios a que se intercambian las monedas de los diversos países y que, en general, son consecuencia de los equilibrios de la balanza de pagos.
El instrumento principal de la política económica es la cantidad de dinero. Como ocurre con cualquier otro bien o servicio que se intercambia en el mercado hay dos magnitudes estrechamente relacionadas: la cantidad y el precio. Si aumenta la cantidad disponible, disminuye el precio, y viceversa. En los mercados de dinero pasa lo mismo: a más cantidad de dinero, menor precio. Ese precio es lo que se llama tipo de interés. El gobierno puede así manejar el precio del dinero: manejando la cantidad de dinero puede aumentar o disminuir el precio. Y la máquina de fabricar los billetes está en sus manos. (NOTA: esto es muy simplificado. En la realidad, cualquier préstamo bancario genera un aumento de dinero en el sistema: el dinero de un depósito en el banco vuelve a ser prestado por el mismo, excepto un pequeño porcentaje que se llama coeficiente de caja).
Lástima que en economía las cosas nunca resultan tan sencillas: si hay mucho dinero en el sistema, enseguida aparece el coco: la inflación, por muchos considerada el mayor enemigo de una economía seria. Pero es natural: a mayor cantidad de dinero, mayores precios. El mercado es una subasta continua: todos los demandantes acudimos a comprar los bienes y servicios que deseamos, cuánto y más dinero tengamos, más precio estamos dispuestos a pagar y pagamos. El vendedor estará subiendo los precios mientras haya demanda. Si no se corta de alguna manera, el sistema revienta: en la Alemania de Weimar, en los años 20 del siglo pasado se llegó a pagar un billón de marcos por una pieza de pan.
Para aspirar al pleno empleo, la política monetaria debe facilitar la fluidez de la economía. En este caso, el dinero juega el papel de la gasolina para los coches, sin ella no andan. Es claro que debe haber suficiente dinero en el mercado para que este engranaje funcione. La producción depende de la inversión y para que haya inversión tiene que haber dinero. Si su excesiva demanda genera inflación, la escasez produce recesión. La búsqueda del equilibrio siempre es en el filo de la navaja y tan malo es pasarse como no llegar.
En nuestro caso español, la política monetaria está en manos del Banco Central Europeo, que establece la política monetaria de casi todos los países de la Unión.
Las repercusiones para la vida diaria del ciudadano son enormes. Afectan a la cesta de la compra en primer lugar, pues los efectos de la subida de precios se perciben inmediatamente. Afectan a los préstamos bancarios, por la subida de los intereses y afectan, lo peor de todo, a la actividad económica con la consecuencia inmediata del desempleo al desestimular la inversión. Si cualquiera de nosotros observamos que los precios suben, reaccionamos pidiendo aumentos de sueldo. Si a las empresas les suben los costes de personal y de los demás insumos, tendrán que aumentar los precios. Con ello se genera una espiral inflacionista muy difícil de controlar. El resultado es una disminución de la actividad y, consecuentemente, una crisis social.
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