La lógica inversa de la educación financiera


En un entorno cada vez más complejo, la educación financiera debe de ser entendida como una habilidad clave para la adopción de las mejores decisiones financieras, tanto desde lo individual como a nivel sociedad, permitiendo valorar con criterio, los cambios propuestos por los gobiernos, en lo que a reformas económicas se refiere.

Sin embargo, a pesar de la importancia que significa el poder lograr un mayor bienestar financiero general, los niveles de educación financiera se mantienen en un nivel medio-bajo en la mayor parte del mundo. Se trata de un fenómeno global, que no distingue de fronteras, ya que también incluye países que cuentan con mercados financieros avanzados.

Es así, como la carencia de este tipo de conocimientos genera implicaciones de gran alcance, impactando en la eficacia de las políticas y reformas que buscan implementar los diferentes gobiernos, principalmente en decisiones complejas que implican sacrificios en el corto plazo, con la intención de obtener beneficios en el largo.

Esta “desconexión” entre la percepción y el entendimiento financiero por parte de los individuos puede generar un cierto escepticismo y oposición inicial a tales reformas, por más que estas puedan significar mejoras en el futuro, sobre el bienestar general de la población.

Es así como el apoyo a las mismas puede no lograrse, a consecuencia de no comprender su alcance y de esta forma no poder evaluar objetivamente sus beneficios en el tiempo, lo que provoca, en ciertos casos, no alcanzar una estabilidad socioeconómica, lo que impacta en el crecimiento futuro.

Esto es especialmente evidente en políticas estructurales, como sería una reforma fiscal, cambios en el sistema de pensiones, medidas de política monetaria diseñadas para combatir una crisis inflacionaria o acciones a llevar a cabo para minorar los efectos en el sistema de salud del envejecimiento poblacional, por citar solo algunos ejemplos.

No es casual que en países donde el nivel de alfabetización financiera es bajo, este tipo de cambios generan una fuerte oposición social, a pesar de que su no implementación podría derivar en problemas económicos más graves. El desconocimiento de conceptos hace que sean percibidos como injustos o innecesarios.

Ahora bien, ¿qué pasaría si pensamos de forma totalmente inversa?, esto es, si un mayor nivel de formación financiera nos permite aceptar, como sociedad, cambios estructurales con impacto en las generaciones futuras, aunque signifique asumir un coste importante en el corto plazo.

La educación financiera puede jugar un papel fundamental para mitigar tales desafíos, si la población en general dispone del conocimiento necesario, que le permita comprender las razones subyacentes de tales reformas y evaluar sus posibles beneficios en el largo plazo.

De alcanzar este objetivo, se reduciría también la vulnerabilidad a la demagogia económica, entendiéndose esta como la aceptación por parte de la sociedad de promesas políticas simplistas o bien engañosas, en el sentido de que su mensaje es socialmente aceptable como si de un “derecho” se tratase, por más de que pueda generar consecuencias económicas negativas en el largo plazo.

También una mayor comprensión de los problemas económicos que necesitan algún tipo de reforma puede favorecer una participación más activa de los ciudadanos en los procesos de toma de decisiones.

Es por esto que es fundamental que la educación financiera pueda ser parte del cambio, con una ciudadanía más informada, que permita una mejor comprensión de las políticas gubernamentales, especialmente las relacionadas con las cuestiones económicas.

En este contexto, invertir en educación financiera pasa a ser una necesidad urgente, puesto que todas las partes salen beneficiadas, en el sentido de que no solamente mejora el bienestar económico de los ciudadanos, sino también permite asegurar la viabilidad en la implementación de reformas complejas.

Por lo tanto, debemos de entenderla no solo como cuestión pública, sino también como una responsabilidad individual, donde cada uno de nosotros debe de tomar la iniciativa hacia una mayor formación, no solo mediante la incorporación de conocimiento, sino principalmente, adoptando los mejores hábitos posibles que nos permitan una mejor gestión de nuestras finanzas.

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