Publicado el 25 de septiembre en el Diario Sur.
El déficit de cultura financiera es un problema generalizado en la mayoría de los países del mundo. Una auténtica cruzada se ha desatado a escala internacional para extender la educación financiera entre la población. Ya sea en el ámbito personal o en el profesional, es necesario adoptar continuamente numerosas decisiones financieras, algunas de ellas de enorme alcance, por lo que las competencias en este campo son claves para el desenvolvimiento en la sociedad actual.
Aun cuando es igualmente patente el elevado grado de correlación positiva existente entre el nivel de conocimientos en materia financiera y la formación matemática, una preocupación similar a la concerniente a la primera se extiende de manera específica a la segunda de estas dos vertientes. Por la relevancia de los conocimientos matemáticos, esa preocupación está más que justificada. Además de su importancia intrínseca, la sub-sanación de esa deficiencia en el área matemática es un requisito fundamental para el logro de una adecuada alfabetización financiera.
Sin embargo, ha de tenerse presente que la buena formación matemática es una condición necesaria, pero no suficiente, para un buen desempeño en la gestión de las finanzas personales. Como ha señalado Bobby Seagull, “ser bueno en matemáticas no te hace necesariamente bueno en la gestión de tu dinero. Uno puede ser capaz de usar el teorema de Pitágoras, ¿pero, cómo puede comparar las ventajas de una hipoteca a interés fijo con las de otra a interés variable?”. La concepción del conocimiento con una clara orientación hacia su aplicación para la toma de decisiones en contextos concretos, que reflejen situaciones reales, adquiere una gran trascendencia en ese sentido.
En unos momentos en los que el enfoque de la enseñanza de las Matemáticas es objeto de debate en España, la situación existente en el Reino Unido permite algunas reflexiones. Así, nos encontramos con el hecho de que, en un país con un sistema universitario tan prestigiado mundialmente, sólo uno de cada cuatro adultos tiene niveles “aceptables” de preparación aritmética (“numeracy”). A mayor abundamiento, casi la mitad de los adultos en edad laboral tienen competencias matemáticas por debajo de las esperadas para un niño de 11 años, lo que origina importantes problemas en el lugar de trabajo.
Las dificultades para la comprensión de la naturaleza y las características de una serie de productos financieros, así como para la cuantificación de variables e indicadores básicos quedan patentes en numerosos casos, y se manifiestan en la adopción de decisiones desfavorables para los interesados. La existencia de ese bajo nivel de competencias matemáticas genera también una merma de potencial económico. Para el Reino Unido, se ha estimado un valor total de diferenciales salariales negativos, debido a unas reducidas habilidades matemáticas, por importe de 30.000 millones de euros.
Si este diagnóstico se hace respecto de un país con algo menos de un 60% de la población adulta con competencias numéricas bajas, no debe perderse de vista que el mismo indicador se sitúa en España en el 70%. La lucha por acortar la brecha del conocimiento matemático se ha convertido en una prioridad. Cualquier avance en tal sentido se traduce, además, en una mejora de la capacidad para la adopción de decisiones financieras. Éste es un campo apropiado para llevar a la práctica dicho conocimiento, de manera que pueden lograrse simultáneamente dos objetivos. Ahora bien, dado que, como ha destacado Annamaria Lusardi, es muy difícil mejorar las habilidades numéricas entre la población adulta, es clave enseñar destrezas matemáticas en la escuela y entre los jóvenes.
La grandeza de las Matemáticas deriva de su universalidad como lenguaje y base del saber, de su certeza. Pese a ello, como señala Stephen Hawking en la introducción de la obra “Dios creó los números”, no puede ignorarse que “el futuro sólo puede determinarse a través de la probabilidad”. Aunque, sin ningún género de dudas, lo que se enseñe a los niños y a las niñas de hoy va a tener una gran relevancia en su futuro personal y en el de la sociedad. No sólo el qué; también el cómo, el por quién, y el para qué.
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