Somos tan predecibles…
Empiezan a retumbar en nuestros oídos los últimos compases del año acompañados por una conocida tonadilla: vuelven con fuerza los planes de pensiones. Se desempolvan notas de prensa, se publican anuncios con promesas de un futuro alentador. Es casi noviembre, y las redes sociales, los periódicos, los escaparates de las entidades financieras nos asaltan con parejas mayores paseando sonrientes por una playa en invierno.
¿Un plan de pensiones? ¿Ese reclamo es para mí? Un año más… y a muchos nos sigue pareciendo que eso no va con nosotros; nuestra vida financiera de hoy parece la réplica exacta de ayer y no hay razón para vislumbrar ningún cambio drástico mañana.
Por eso no hacemos nada. Porque tú como yo, vivimos de manera “irracional” en un cómodo optimismo en el que pensamos que nuestra realidad financiera futura se parece sorprendentemente a la de este instante. Somos incapaces de percibir que somos irracionales respecto a la necesidad de ahorrar.
Planificar el ahorro es una actitud en las antípodas de nuestra psicología y forma parte de todas las amenazas que hemos escuchado desde niños; “no toques que te quemas”, “se veía venir”, “haz ejercicio para que no te duela la espalda”
Hay tan amplio trecho entre lo que debemos hacer (“el ahorro sistemático para nuestra jubilación”) y nuestra forma de ser que, para emprender ese camino, no bastará con los cantos de sirena de nuestro alrededor. O bien sufrimos un revés que ponga el ahorro en el foco de nuestras preocupaciones o tendremos que hacer un imposible esfuerzo de visualización que nos catapulte a esa etapa… y no lo haremos porque nos va a bastar con mirar a la generación que nos precede y verlos gozando de una época dorada de máxima longevidad y situación financiera estable.
Para animarnos a abrir un plan de pensiones, por tanto, tendremos que aceptar de una vez la extraordinaria incongruencia de que nos negamos a pensar en nosotros, pero esta vez preguntémonos también por qué seguimos pasivos a pesar de tener suficiente información sobre el tema. Quizás esta vez no nos quede más remedio que salir de la zona de confort y actuar. Ojalá nos encontremos además en uno de esos momentos excepcionales que iluminan nuestra reflexión; como el alta laboral, la liquidación de un préstamo o el retorno de algún impuesto. Naturalmente estos son momentos facilones a la hora de reconducir nuestras finanzas y aprovechar ese margen de maniobra para apartar parte de nuestro patrimonio sin la angustia de restarnos otro pedacito a nuestro exigente presupuesto mensual, pero, seamos valientes atrevámonos a pensar hoy más allá.
Si se ha removido nuestra conciencia estamos listos para la segunda parte… y es que elegir un plan de pensiones es un proceso tan doloroso como tomar la decisión de abrirlo. La oferta es tan amplia que, tras tratar de analizar las mejores opciones en las tres primeras páginas de internet y preguntar a nuestros allegados, concluimos rápidamente el proceso con una curiosa opinión basada en una mezcla de autonomía personal y confianza en el vecino.
Así que toca dar con las claves para tomar esa decisión con mayor precisión. La buena noticia es que hay opciones extremadamente sencillas que te facilitan el camino. Desde planes de ciclo de vida que te van a permitir en función de tu horizonte temporal a la jubilación, contar con un plan que adapta paulatinamente la cartera de inversión, hasta planes con una rentabilidad objetivo que te permiten estimar de antemano la rentabilidad esperada para tus ahorros en un plazo determinado de tiempo. Ambas opciones, por ejemplo, son ideales si te estás iniciando en tu “programa personal de ahorro sistemático” y te da miedo el comportamiento volátil de los mercados financieros o no te sientes capacitado para hacer “gestión activa”.
Tener un plan de pensiones no es una decisión compleja y orientada a patrimonios singulares, especialmente cuando las aportaciones a planes de pensiones privados están limitadas por lo general a 1.500€ anuales como tope máximo actual o lo que es igual; ni 5€ al día y conlleva una serie de beneficios intrínsecos que merece la pena recordar. En principio, ya haces lo más difícil que es derivar periódicamente parte de tu ahorro a tu plan; la capitalización compuesta a largo plazo se va a encargar del resto.
No arruines tu buen hacer intentando batir al mercado de forma precipitada. Los gestores que llevan tu plan lo hacen por ti con carteras en las que el mandato es preservar el capital del partícipe a largo plazo. Lo habitual es que cuando estés decidiendo refugiarte de un vaivén sea demasiado tarde, y viceversa. Cosa distinta es adecuar tu perfil inversor a tu momento actual. Un joven deberá de pensar en propuestas de renta variable más enfocadas a batir a la inflación con escenarios amplios de recuperación para las vaguadas del mercado, mientras que, si te enrolas tarde en el barco del ahorro tendrás que optar por una opción prudente con un mix de renta fija adecuado y volatilidad más controlada.
La rentabilidad es un capítulo importante, pero no es el parámetro definitivo. Aprender a mantener recursos a un lado, sí. Es clave. Por ello, los planes de pensiones siempre han venido acompañados de una fuerte protección regulatoria, y de ventajas fiscales que los han bonificado frente a otras soluciones financieras al ahorro. Dicho de otra manera, tu aportación anual restará la base imponible del Impuesto sobre la renta que vayas a practicar hasta la menor de las 2 cantidades; 1.500€ o el 30% de tus rendimientos netos del trabajo y de actividades económicas. Anota que esa reducción de hoy es rentabilidad extra para tu plan futuro y deberás contemplarla al hacerte las cuentas.
Los planes de pensiones no son la panacea ni el camino definitivo hacia la libertad financiera, pero sin duda, son un trampolín adecuado para iniciarse en el hábito del ahorro. El único enemigo somos nosotros, pero estamos a tiempo de que triunfe la lógica frente a la inercia.
Atribución: Imagen de Freepik